LA LECTURA


“De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”
Jorge Luis Borges.

viernes, 25 de enero de 2013

La bibliotecaria de Auschwitz.


 
Sinopsis:
Sobre el fango negro de Auschwitz que todo lo engulle, Fredy Hirsch ha levantado en secreto una escuela. En un lugar donde los libros están prohibidos, la joven Dita esconde bajo su vestido los frágiles volúmenes de la biblioteca pública más pequeña, recóndita y clandestina que haya existido nunca.
En medio del horror, Dita nos da una maravillosa lección de coraje: no se rinde y nunca pierde las ganas de vivir ni de leer porque, incluso en ese terrible campo de exterminio, «abrir un libro es como subirte a un tren que te lleva de vacaciones».
Una emocionante novela basada en hechos reales que rescata del olvido una de las más conmovedoras historias de heroísmo cultural.
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“Desde que somos pequeños nos hablan de la importancia de la lectura. En el cole nos intentan enseñar que, además de todas las cosas maravillosas que nos puede proporcionar la lectura, también nos puede entretener. Un libro no solo nos regala diversión, también nos acerca otras realidades, nos ayuda a ponernos en el lugar de otras personas. Un libro denuncia una injusticia. Un libro te abre puertas que de otro modo estarían cerradas. Un libro contiene las vivencias, puntos de vista o deseos de expresarse de un autor. Todas esas cosas las aprendes, efectivamente, con un libro.

Y ha sido con un libro, con éste mismo libro, con el que he aprendido que un libro también te proporciona libertad.  


Antonio G. Iturbe, el autor.

Y es que, ¿por qué iba nadie a arriesgar la vida por ocho desgastados y estropeados libros? ¿Quién, en su sano juicio, escondería ocho montones de papeles sabiendo que eso le podría costar la vida? Y es precisamente por eso por lo que esta novela llega a sorprender tanto y a calar tan hondo en nosotros. La bibliotecaria de Auschwitz es todo un homenaje a la literatura y a todo lo que ésta hace por el ser humano. Ya lo dice el autor en su nota final:
Habrá quien piense que es un acto de valentía inútil en un campo de exterminio, cuando hay otras preocupaciones más perentorias: los libros no curan las enfermedades ni pueden utilizarse como armas para doblegar a un ejército de verdugos, no llenan el estómago ni quitan la sed. Es cierto: la cultura no es necesaria para la supervivencia del hombre, únicamente lo es el pan y el agua. Es verdad que con el pan de comer y el agua de beber sobrevive el hombre, pero también que sólo con eso muere la humanidad entera.

La bibliotecaria de Auschwitz nos demuestra que un libro es una ventana a la libertad. Dita Adlerova no va a renunciar a ese resquicio de liberación que le conceden los libros. Cada vez que se escabulle para leer las aventuras del soldado Svejk consigue estar lejos de esas vallas electrificadas, lejos de las cámaras de gas y de la muerte. Cuando esos chicos se sientan alrededor de un profesor que les cuenta una de esas historias, dejan de tener miedo e incertidumbre por un rato, solo por un tiempo. Hasta que vuelvan a esas clases clandestinas y sus profesores puedan disponer de los libros. Cuando lees historias como estas, te invade una oleada de sentimientos encontrados. Sientes pena, tristeza, furia e impotencia por todo lo que sucedió; pero también sorprende ver cómo una serie de personas se jugaron la vida por darles unos minutos más a los niños para olvidar dónde se encontraban, por liberarse a través de lo que las palabras pueden ofrecernos. Y te sientes pequeño. Y te alegras de saber cuánto puede proporcionarte algo que tanto disfrutas como la lectura. 

  


Dita Kraus en 1942

Es cierto que esta historia es bastante dura. El argumento se centra en la vida de una chica de solo catorce años que encuentra una realidad bastante desgarradora, pues está presa en un campo de concentración. Encima, la novela está basada en la vida de una chica que realmente vivió aquellas cosas y que comparte nombre con nuestra protagonista, Dita Kraus (Dita Adlerova en la novela). Pero lo cierto es que al mismo tiempo que estás leyendo todas las barbaridades que tuvieron lugar durante la época nazi, te sorprendes de cuánto valor puede llegar a acumular el ser humano. Leer sobre una niña que cuidaba un puñado de libros como quien cuida de un hijo, aportando ideas para que todos pudiesen disfrutarlos, y escondiéndolos de los nazis; sobre un hombre llamado Fredy Hirsch que se empeñó en enseñar a los niños para que algún día pudiesen utilizar lo aprendido al salir de allí o sobre Liesl Adlerova, empeñada en que su hija no se preocupase por ella y mostrando una fortaleza y seguridad que ella misma no sentía. Estas personas sacaron fuerzas de flaqueza e hicieron lo que pudieron para convivir allí, ayudándose unos a otros, incluso en unas condiciones horriblemente inhumanas.

Para escribir esta historia, Iturbe ha tenido que viajar por varios países para documentarse. Al final de la novela, el autor incluye una nota en la que explica el porqué de su decisión de ir a Auschwitz, su posterior presentación a la verdadera Dita Adlerova, esto es, Dita Kraus, que ahora vive en Israel y el paradero que todos los personajes basados en personas reales que aparecen en el libro. 
Es curioso leer esta explicación final, porque fue precisamente un libro lo que condujo al periodista hacia Dita Kraus.

En resumen, La bibliotecaria de Auschwitz honra a la lectura, a los libros y a la literatura contándonos una historia que tiene su parte de real. Obviamente, la historia parte de las vivencias de Dita Kraus y de los datos que amasa el autor para obtener esta novela. Es cierto que los diálogos no fueron los mismos o la lista de libros no es real, pero la historia nos demuestra la importancia que tiene algo que en momentos extremos puede parecer superficial: la cultura en forma de libro.”

Virginia Woolf




El 25 de enero de 1882 nacía en Londres Virginia Woolf. Novelista, ensayista, escritora de cartas, editora, y escritora de cuentos, considerada como una de las más destacadas figuras del modernismo literario del siglo XX y una de las grandes renovadoras del idioma inglés.




Fue redescubierta durante la década de los 70, gracias a su ensayo "Una habitación propia", uno de los textos más citados del movimiento feminista, que expone las dificultades de las mujeres para consagrarse a la escritura en un mundo dominado por los hombres.Debido al trastorno bipolar que tenía, sufrió varias depresiones en su vida, y en 1941 se suicidó.

¿Habéis leído alguna de sus obras? Os dejo un cuentecito para que disfrutéis del viernes...


La casa encantada [Cuento. Texto completo] de Virginia Woolf
A cualquier hora que una se despertara, una puerta se estaba cerrando. De cuarto en cuarto iba, cogida de la mano, levantando aquí, abriendo allá, cerciorándose, una pareja de duendes.
«Lo dejamos aquí», decía ella. Y él añadía: «¡Sí, pero también aquí!» «Está arriba», murmuraba ella. «Y también en el jardín», musitaba él. «No hagamos ruido», decían, «o les despertaremos.»
Pero no era esto lo que nos despertaba. Oh, no. «Lo están buscando; están corriendo la cortina», podía decir una, para seguir leyendo una o dos páginas más. «Ahora lo han encontrado», sabía una de cierto, quedando con el lápiz quieto en el margen. Y, luego, cansada de leer, quizás una se levantara, y fuera a ver por sí misma, la casa toda ella vacía, las puertas quietas y abiertas, y sólo las palomas torcaces expresando con sonidos de burbuja su contentamiento, y el zumbido de la trilladora sonando allá, en la granja. «¿Por qué he venido aquí? ¿Qué quería encontrar?» Tenía las manos vacías. «¿Se encontrará acaso arriba?» Las manzanas se hallaban en la buhardilla. Y, en consecuencia, volvía a bajar, el jardín estaba quieto y en silencio como siempre, pero el libro se había caído al césped.
Pero lo habían encontrado en la sala de estar. Aun cuando no se les podía ver. Los vidrios de la ventana reflejaban manzanas, reflejaban rosas; todas las hojas eran verdes en el vidrio. Si ellos se movían en la sala de estar, las manzanas se limitaban a mostrar su cara amarilla. Sin embargo, en el instante siguiente, cuando la puerta se abría, esparcido en el suelo, colgando de las paredes, pendiente del techo... ¿qué? Yo tenía las manos vacías. La sombra de un tordo cruzó la alfombra; de los más profundos pozos de silencio la paloma torcaz extrajo su burbuja de sonido. «A salvo, a salvo, a salvo...», latía suavemente el pulso de la casa. «El tesoro está enterrado; el cuarto...», el pulso se detuvo bruscamente. Bueno, ¿era esto el tesoro enterrado?
Un momento después, la luz se había debilitado. ¿Afuera, en el jardín quizá? Pero los árboles tejían penumbras para un vagabundo rayo de sol. Tan hermoso, tan raro, frescamente hundido bajo la superficie el rayo que yo buscaba siempre ardía detrás del vidrio. Muerte era el vidrio; muerte mediaba entre nosotros; acercándose primero a la mujer, cientos de años atrás, abandonando la casa, sellando todas las ventanas; las estancias quedaron oscurecidas. Él lo dejó allí, él la dejó a ella, fue al norte, fue al este, vio las estrellas aparecer en el cielo del sur; buscó la casa, la encontró hundida bajo la loma. «A salvo, a salvo, a salvo», latía alegremente el pulso de la casa. «El tesoro es tuyo.»
El viento sube rugiendo por la avenida. Los árboles se inclinan y vencen hacia aquí y hacia allá. Rayos de luna chapotean y se derraman sin tasa en la lluvia. Rígida y quieta arde la vela. Vagando por la casa, abriendo ventanas, musitando para no despertarnos, la pareja de duendes busca su alegría.
«Aquí dormimos», dice ella. Y él añade: «Besos sin número.» «El despertar por la mañana...» «Plata entre los árboles...» «Arriba...» «En el jardín...» «Cuando llegó el verano...» «En la nieve invernal...» Las puertas siguen cerrándose a lo lejos, distantes, con suave sonido como el latido de un corazón.
Se acercan más; cesan en el pasillo. Cae el viento, resbala plateada la lluvia en el vidrio. Nuestros ojos se oscurecen; no oímos pasos a nuestro lado; no vemos a señora alguna extendiendo su manto fantasmal. Las manos del caballero forman pantalla ante la linterna. Con un suspiro, él dice: «Míralos, profundamente dormidos, con el amor en los labios.»
Inclinados, sosteniendo la linterna de plata sobre nosotros, nos miran larga y profundamente. Larga es su espera. Entra directo el viento; la llama se vence levemente. Locos rayos de luna cruzan suelo y muro, y, al encontrarse, manchan los rostros inclinados; los rostros que consideran; los rostros que examinan a los durmientes y buscan su dicha oculta.
«A salvo, a salvo, a salvo», late con orgullo el corazón de la casa. «Tantos años...», suspira él. «Me has vuelto a encontrar.» «Aquí», murmura ella, «dormida; en el jardín leyendo; riendo, dándoles la vuelta a las manzanas en la buhardilla. Aquí dejamos nuestro tesoro...» Al inclinarse, su luz levanta mis párpados. «¡A salvo! ¡A salvo! ¡A salvo!», late enloquecido el pulso de la casa. Me despierto y grito: «¿Es este el tesoro enterrado de ustedes? La luz en el corazón.»         FIN